Algunas cosas del fútbol y sus gentes (cuarta jornada)

Texto: Julián Macías Yuste
No sin antes haber militado en un equipo de juveniles. Recordaré siempre nuestra primera pelota después de haber completado, con otros amigos, cinco álbumes de caramelos SACI. El día que la recibimos estuvimos hasta que se hizo de noche oscuro chutando y cabeceando hasta la extenuación. Pero más ilusión, si cabe, me hizo nuestro primer balón. Nos costó bastante reunir su importe. Era fabricado en un boliche de Ubrique, Los Sucesores de Luque, de un color como colorao, muy de moda en la época. A mí me parecía exactamente igual que el que se utilizó en el partido en el que Zarra marcó su famoso gol a Inglaterra. Le untamos grasa de caballo en las costuras y lo mimábamos como si fuera de porcelana. Sin embargo, me parecía que la Retinta que donó su pellejo sería un poco vieja. Decía Homero en la Ilíada que el escudo de Héctor (el héroe troyano) estaba formado por siete cueros de buey, y, sin embargo, Aquiles lo traspasó con su lanza. Pues bien, si hubiera tenido a mano su talabartero un pellejo igual, con un par de ellos bien colocados se hubiera doblado la lanza aquiliana como si de latón se tratara.

Como los más chicos jugábamos los primeros, y el Sol aún no había enjugado el abundante rocío de la noche, el balón se esponjaba tanto que era imposible sacarlo del área. De un corner ni te digo. Cuando había que despejar de cabeza, la escondíamos como si de quelonio acosado se tratara, y si acaso acertabas, te daba una ducha “de tres cubos y palangana” por lo menos.
Con las primeras Copas de Europa y los fichajes de las mejores figuras del mundo, unido a las primeras imágenes de televisión que se recogían en las antenas instaladas en la Cruz del Tajo, y en la Cruz de la Viñuela, el interés por verlos de cerca creció entre el aficionado de forma exponencial cuadrada. Cada vez eran más frecuentes los viajes discrecionales a Sevilla para ver a los grandes que antes se realizaban, si, pero con cuentagotas.
¿Y, mientras, tú que hacías? Tu pequeña estatura no te impidió servir a la Patria en un Regimiento de Artillería, famosísimo no sólo por su Banda, sino por las composiciones musicales que sus Directores crearon. Fue allí adonde con la predisposición al color del verdón de la Caeta, llegaste a ser como loro comiendo perejil encima de una mesa de billar.
Pero no se cambia hasta el hematocrito en clorofila de golpe. Algo tuvo que suceder para que esta prevista metamorfosis futbolística se fuera consumando.

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