Una singular y exclusiva costumbre ubriqueña: el día de los paseos

Texto: Julián Macías Yuste

Para recordar, sobre todo a los mas jóvenes, una antiquísima y muy peculiar y personal tradición de celebrar las festividades de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos de la Villa de Ubrique.
Con la llegada del otoño, con su creciente oscuridad por la menguada presencia del Sol y la consecuente bajada de las temperaturas y las disminuidas, sensiblemente, horas de luz, empezaban las noches a ser más extensas que los días, que se habían acortado, aunque muy despacio, pero de manera imparable, a condicionar ostensiblemente los comportamientos de la gente.
Así como la luz y el calor habían desarrollado una serie de comportamientos y costumbres adonde primaban el contento y la alegría, ahora la oscuridad desplazaba esos sentimientos hacia otros, quizás más profundos, en los que se apoyaba la reflexión y se daba rienda suelta a los recuerdos más recónditos en los que las largas y frías y lluviosas noches nos adentraban de forma inexorable. Y aunque esta estación del año no era tan bien recibida como la primaveral, por ejemplo, no era tan poco deseada como se pudiera pensar, pues entre otros beneficios, nos traía las abundantes lluvias equinocciales, tan deseadas y bien recibidas por la comunidad agropecuaria, la más numerosa, y eje y sostén de toda la actividad del pueblo, puesto que la industrial estaba en sus primeros balbuceos.
No es necesario demostrar, por evidente, que las ocupaciones agrícolas, ganaderas, o meramente artesanales, al ir evolucionando tan lentamente, debido, sobre todo, a la escasa contribución de los inventos y adelantos que revolucionaban la actividad industrial, pero que, aún no se aplicaban suficientemente a las otras actividades , para alterar los comportamientos sociales, así como el aislamiento geográfico de los núcleos de población por la prácticamente inexistencia de las vías de comunicación y sistemas de transporte, hacían el principal motivo para que no se produjeran cambios sustanciales en el comportamiento diario del vivir de la inmensa mayoría de la personas.
Así pues, en este casi inamovible y estático acontecer de la vida del pueblo, las vivencias más relevantes se convertían en modos y costumbres que se transmitían de generación en generación en su más genuina y completa pureza, dando lugar a las más fieles y exactas representaciones que, como riqueza espiritual del ser humano, conformaban lo que hoy conocemos como tradiciones.
Y llegados a este punto podemos conocer, con todo detalle, que en las tradiciones se reflejan los modos del vivir, el pensar, el subsistir, el amar, el saber, y sobre todo, las creencias particulares de los pueblos, el cómo y el por qué de toda su idiosincrasia.
Y la ancestral tradición ubriqueña, nos presenta la particularidad de que el día de Todos los Santos es cuando la gente visitaba el Cementerio, que en días anteriores se habían adecentado las tumbas lo suficiente para que cuando llegara el momento cumbre de ese día, con alumbrados y ofrendas de flores, se alcanzara la máxima expresión del reconocimiento y recuerdo del cariño de los deudos.
Y, al día siguiente, festividad de los Fieles Difuntos, a que los dedicaban? Pues ese día, y aquí viene la particularidad en su tradición, Ubrique lo celebraba como El Día de los Paseos.
Si repasamos someramente la Historia, comprobamos que no hay ninguna civilización o cultura, desde la más remota de la Edad de Piedra hasta la más sofisticada y técnica de nuestros días, que no admita, como bien nos dice la famosa canción legionaria, que “la muerte no es el final”, creyendo firmemente en otra vida que incluye la inmortalidad, disfrutándose ésta en cualquier especie de paraíso, sea de grandes cacerías de búfalos por las praderas, huríes, valkirias, o de Adán y Eva, por nombrar algunos de los más conocidos.
Y siguiendo también la Historia, resaltamos que “la muerte” no es comprendida, rechazada las más de las veces por cruel o innecesaria, a pesar de que pudiese alcanzarse con ella la liberación de dolores y sufrimientos, y por mucho que el premio del paraíso nos pueda reconfortar, lo cierto es que en amigos y parientes causa un tristísimo dolor que el tiempo puede resultar incapaz de borrar, dada la profunda y honda pena que ella genera. Dejando para un próximo capitulo algunas de las reflexiones más filosóficas de nuestros sentimientos, acabemos este trabajo ciñéndonos, exclusivamente, en lo de festivo que ese día representaba.
Habiendo dejado el día anterior para las prácticas piadosas, sumidos en la profunda y dolorosa pena de la muerte de los seres más queridos, este día de los Fieles Difuntos, se dedicaba a un día de esparcimiento y disfrute, comida incluida, en la sin par y acogedora madre Naturaleza, haciendo de esas inolvidables jornadas como un último deseo de celebrar que ellos ya disfrutaban del gozo y felicidad sin límites en el Edén eterno.

Paseo por la trocha de Ubrique a Benaocaz (Foto: El Pantera).
Paseo por la trocha de Ubrique a Benaocaz (Foto: El Pantera).

Y como en estos días de primeros de noviembre no iba a ser todo oscuridad, lluvia y tristeza, las más de las veces amanecía un día radiante, de suave brisa templada, sereno y luminoso, más bien propio de los primaverales de abril o mayo, lo que realzaba aún más el pleno disfrute familiar, desde el más pequeño al más anciano de sus componentes.
Y ya desde temprano, los más madrugadores, encaminaban sus pasos hacia los alrededores del pozo de Santa Lucía y cercanías de las viñas, en las que se aprovechaban estos días para vender su apreciado mosto, primicia y orgullo del nuevo del año, adonde reservaban el más soleado sitio de acampada, así como recoger alguna leña, para una pequeña fogata, en sus ascuas, asar tocino, chorizo o castañas, que en épocas de carestía o sin ellas, eran los alimentos más comunes y apreciados, sin olvidar un buen aprovisionamiento del dorado o colorado mosto, del que, el hacendoso y trabajador ubriqueño, honraba con su apetecido consumo. Nos decía Gonzalo de Berceo que “estos versos en román paladino / bien valen un vaso de buen vino”, y en el recuerdo de aquel achampañado y delicado elixir le dediquemos estos otros:

Amanece un día muy soleado.
Los deudos han llevado ya las flores
a las tumbas que ocupan sus mayores
y a todos los seres que han amado.

Al campo, en ese día tan señalado,
que la lluvia cubrió con sus verdores,
y a la viña los más madrugadores,
abriendo el camino han llegado.

Familias que en talegas han llevado,
la nuez, la castaña en tostadores,
morcilla, las papas, tocino asado,
de la bota ese mosto colorado,
secreto del hacer de arrumbadores,
y en la mesa de reyes apreciado.

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