‘Ermita de San Antonio’, por Julián Macías

Ermita de San Antonio.
Ermita de San Antonio.

TRIBUNA LIBRE
Texto: Julián Macías Yuste

Reconocemos que la extraordinaria belleza de la Plaza y su entorno se acrecienta y es sumamente palpable y reconocida por los agraciados asistentes que la buscan y la desean, muchas veces de forma instintiva, aunque siempre hay un mucho de intencionalidad en su disfrute
El murmullo de las aguas frescas de la Pila, la silueta impresionante del San Antonio, el aroma de los azahares de sus naranjos, la paz de la Parroquia y el tañer de sus campanas, la inconmensurable mole del Tajo, la inigualable luz de la Luna que, en aquella época de escasa contaminación de la luz eléctrica, apenas existente, confería a los arbustos y peñascos que conformaban, como muy distinta y sin parangón posible, nuestra Sierra. Hasta esa alfombra de humedad que se extendía, poco a poco, desde el umbral del filón hasta el candelabro que adornaba su centro geométrico y que nos anunciaba con certeza, cuando aparecía, que el nuevo día sería radiante y espléndido, y muchos detalles más, imposibles de enumerar, puesto que cada parroquiano podría darnos versiones distintas aunque coincidentes en el fondo y no en la forma.
Y puesto que la belleza en sí misma es considerada por muchos filósofos como uno más de los Transcendentales del Ser, es de suponer, con un gran margen de acierto, que su disfrute cotidiano ha de condicionar de alguna manera el espíritu e incluso la intencionalidad de las almas que la disfrutan, tanto para su cotidiano existir como para la perfecta realización de todos los elementos que componen lo humano, incluida, por supuesto, la personalidad, carácter, comportamiento, subsistencia, sentimientos, convivencia, etc.

Y dicho de otra manera: los ubriqueños acostumbrados a vivir entre las cosas más bellas que ofrece la Madre Naturaleza, son capaces de crear también solo cosas proporcionadas y hermosas, puesto que lo zafio y chabacano sería considerado de inmediato y como vulgar u obsceno. Pongamos un ejemplo: el San Antonio.
Sabemos con certeza que los hombres primitivos desarrollaron las pinturas rupestres con fines, podríamos decir, mágicos o supersticiosos, relacionados con la abundancia de la caza, los misterios de la muerte, o de cualquier otro que, aunque desconoce, intuye. En su afán de proporcionar el máximo de realismo, aprovecha las superficies y rugosidades de las rocas sobre las que pinta, para proporcionar un primitivo, pero muy eficaz instrumento del realismo que proporciona el movimiento.
¿Y qué podríamos pensar de la ermita ubriqueña del San Antonio? Sin entrar de lleno en los motivos espirituales de su construcción, sí podremos opinar, sin lugar a dudas, en el fondo de su simbolismo, que es el máximo exponente de un palpable canto a la Belleza, tal cual.
El constructor aprovecha, como en Altamira, el entorno natural para realzar su esbeltez y gracia. Su armonía de volumen nos recuerda los monumentos greco-romanos, pues su proporcionada figura es absoluta, que además está en consonancia con el más maravilloso decorado de fondo que imaginarse pueda: El Tajo.
Y siempre será, lo es, y habrá sido, motivo de orgullo para sus poseedores y motivo inigualable para pintores, poetas o simplemente soñadores, a los cuales, humildemente me uno diciendo:

Huyen las sombras y amanece,
emerge el San Antonio, tan bonito
en su roca, bajo el Cielo infinito.
Estampa que te embarga y enmudece
su espadaña a tu Villa enaltece
tu reloj, que oía de jovencito.
Su Capilla que agrada a Dios bendito.
Bajo la Cruz, de siglos permanece.
Presides al Pueblo en tu atalaya
y siempre se oirán por tí cantar
por bello y por gentil donde los haya.
Belleza que en la Sierra resplandece
ceñido de cipreses y rosales.
Ubrique, con tu cal
que bien parece.

A mis Amigos Antonios Domínguez, Moreno, González, Godoy, Hernández, Bautista, Martel y otros que no recuerdo (q.e.p.d.) con los que compartí momentos muy entrañables.

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