'Algunas cosas del fútbol y sus gentes' (tercera jornada), por Julián Macías Yuste

Texto: Julián Macías Yuste
Pronto el primer enfrentamiento con los del Pántano. Se veía que no estaban éstos muy entrenados y el del marcador se quedó sin números. El reloj, el del San Antonio. Debido a la cantidad de veces que el balón rebasaba el rectángulo de juego, se agilizaron los trámites y se gestionaron los recursos para su vallado. Más de un balón tomó el camino de la Pasá Córdoba, aunque con un artilugio mariposero se rescataron casi todos. Cuando se empezó el vallado, una noche de una levantera de “papilla y verruga” dio al traste con la obra.

Se proyectaba por aquel entonces en el vecino cine Alcázar “Lo que el viento se llevó” y dio lugar a aquel chascarrillo: “El empresario (mi abuelo) se dejó la puerta del cine abierta y él el responsable de que se cayera la tapia”. Aún no se había concluido cuando empezó la primera competición local: recuerdo algo de sus indumentarias compradas con enormes esfuerzos y que aún más se afanaban sus poseedores en honrarlas y defenderlas. Qué serio el Rialto, que deportivo el Balompédica, qué elegante el Flecha de Oro, qué señorial Acción Católica, qué clásico el Alcázar, que simpático el Cazadores, qué original el Calavera Z. El Borceguí adaptado al terreno, casi desprovisto de hierba, cambió el taco por spays y, los entrenamientos cuando se podía. Un alambre separaba a los seguidores del terreno de juego, y una pequeña elevación del terreno por el Oeste y el Norte servía de
improvisada grada. El banco de pista lo formaban los que alquilaban una silla de catrecillo e iban circundando el campo sirviendo de separación a los que se agolpaban detrás de ellos.
Lo importante era competir, sin que derrotas o lesiones tuvieran más importancia que lo fortuito. Después del partido todo se olvidaba con unas pavías y unos vermúts en la calle Ruiz Martínez, tanto hacia arriba como hacia abajo. Esta noche el lleno, sin
embargo, está asegurado en el chiringuito de La Perla, en los Callejones. Amenizará la orquesta Soro hasta las doce o la una, por lo menos, con hermosas canciones de Jorge Sepúlveda.
Aquella fiebre futbolística dio paso al primer equipo de la Villa. ¡Qué tardes de gloria competitiva se vivieron! A los indígenas se unieron los refuerzos de fuera, como Milanés, Vega, el malogrado Marcelino, Carlson, Gatica, Pahito, etc. A punto estuvimos en más de una ocasión de subir a 3ª (lo que sería segunda B) ¡Como ayudaba el aficionado! ¡y cómo animaba!. El grito de guerra era ¡Saca la petaca del baúl! ¡Uuh sácala, ya! Bis ¡A la bim, a la bam, a la bim bom bam, Ubrique, Ubrique, RA-RA-RA!
Ya ves qué arma de guerra. Una petaca. Precisamente, como nos dijo el poeta arqueño: “la que únicamente se ofrece a la mano amiga”. Con mi equipo hice ya las primeras salidas a otros campos, quizás buscando conjugar el turismo, el galanteo y la curiosidad, escudado en lo estrictamente deportivo.

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